Las familias cubanas son víctimas del conflicto nacional de muy variadas maneras. Muchas sufren fracturas por posiciones políticas divergentes, emigración, intolerancia gubernamental frente al disenso y represión. Esta se ejerce contra personas, su entorno familiar y afectivo.
Una parte de ese dolor se lleva por dentro y en ámbitos privados. Ni las redes sociales ni la gravedad de la crisis compensan en su totalidad el miedo a empeorar las cosas denunciando injusticias.
El fenómeno no es nuevo, pero sí más agudo y masivo, aun cuando los medios oficiales lo ignoren o muestren lo contrario. Dos puestas recientes en televisión —Palabra precisa y Canción de Barrio— dan cuenta de los contrastes entre la idealización de la familia y la realidad de tantos problemas acumulados.
La familia cubana fue beneficiaria directa de las primeras medidas de justicia social luego de 1959. Pero pronto se dividió, polarizó, distanció y fracturó. Las causas están en el modelo social asumido y el permanente conflicto bilateral con los EE.UU.
La vocación estatista, ideologizada y centralizada de los procesos económicos, sociales y políticos provocó que —más allá de discursos y documentos rectores— la familia sea uno de nuestros grandes problemas.
La mayoría ha sufrido el permanente deterioro de sus condiciones de vida, la separación y reproducción de la dependencia: del Estado, de otros países y finalmente de sus familiares emigrados. Esos que antes fueron repudiados, llamados traidores, gusanos, escoria; quienes siguen viendo sus derechos conculcados. Muchas de esas familias se rompieron durante décadas; algunas no lograron reencontrarse.
En nombre de la Revolución y el futuro, los gobiernos convirtieron al individuo en masa, acrítico y desgajado de la familia. Esta vio afectado su rol y fue también víctima de poderosos mecanismos de control social, desde los CDR hasta los medios de comunicación y la Seguridad del Estado. En particular, esa última instancia invadió los espacios privados, expandió la represión y delación incluso entre sus miembros. No obstante, como fundamenté en mi texto anterior, ello no fue igual para todos.
No llegamos a una historia tipo Pavlik Morosov, el niño soviético asesinado por sus parientes por denunciar a su padre de contrarrevolucionario, y a quien el Estado convirtió en héroe, ejemplo de conducta del hombre nuevo en la URSS. Sin embargo, sobran testimonios de niños convertidos en informantes, familias divididas y otras prácticas que nos han sembrado una profunda desconfianza hacia los demás.
Diversas expresiones artísticas y literarias dan cuenta del fenómeno. «Informe contra mí mismo», de Eliseo Alberto Diego, y el documental En un rincón del alma, del cineasta cubano-salvadoreño Jorge Dalton, son apenas dos ejemplos de cuán viejos y oscuros son los métodos de la Seguridad del Estado y cuánto desgarramiento han provocado en la intelectualidad.
Texto original publicado en la revista Joven Cuba ver articulo completo en este enlace
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